El hielo polar nos grita que hagamos algo

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Por: Fernanda Ramírez, Directora General de Comunicación SPREAD Cada día el planeta da nuevas señales […]

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Por: Fernanda Ramírez, Directora General de Comunicación SPREAD

Cada día el planeta da nuevas señales del daño que le hacemos. Durante la última semana de septiembre la Administración Nacional de Aeronáutica y Espacio (NASA) informó que el 19 de ese mes el hielo ártico alcanzó su mínimo anual, de los registros más bajos en 40 años. El tamaño que se ha perdido es equivalente a la extensión de los Estados Unidos, el tercer país más grande del mundo.

Más de 9.8 millones de kilómetros cuadrados de hielo se pierden cada verano en el hemisferio norte, con las consecuencias que ello trae para el equilibrio climático de la Tierra. Pero lo más grave de la información difundida por la NASA es que en el cono Sur, en la Antártida, región que se encuentra en finales de su invierno, el 10 de septiembre la extensión del hielo también se encontró en los niveles más bajos para la fecha, cuando debería estar creciendo más rápidamente por ser los meses más fríos.

Datos recopilados por World Wild Life (WWF) indican que cada década se pierde 13 por ciento del hielo en el círculo polar ártico, y el grueso del mismo se ha reducido 95 por ciento en los meses más calientes del año.

Los científicos constantemente dicen que los casquetes polares son el refrigerador del mundo, piezas fundamentales en la regulación del clima global. Esto se debe a que el color blanco brillante del hielo polar refleja la luz solar, evitando que esta caliente la Tierra; por el contrario, la superficie oscura de los océanos absorbe la radiación solar, su calor y por ende aumenta la temperatura.

Se trata de un círculo vicioso en el que nos encontramos, y las acciones para salir de él, por el momento, son insuficientes. En 17 años (2040, de acuerdo con estimaciones de la NASA) podríamos estar leyendo la noticia, en estos mismos meses, de que el hielo polar ártico desapareció en el verano boreal.

Las consecuencias de ello pueden ser muy graves. El nivel del mar ya ha aumentado poco más de 20 centímetros en comparación con el año 1900, debido al derretimiento del hielo polar. Esto conlleva un peligro para las ciudades costeras que están expuestas a un mayor riesgo de inundaciones, además de más fuerza en los ciclones que se alimentan del calor de los mares.

Económicamente es una carga para los gobiernos. Por ejemplo, la ciudad de Miami trabaja en un sistema de bombas de agua cuyo costo superará los mil millones de dólares, con el objetivo de prever inundaciones en sus calles para los siguientes 20 años. A esto se debe sumar la inversión necesaria cada vez que la ciudad es afectada por un huracán.

En el caso de Miami, un estudio publicado en 2018 por Underwater estima que el cambio climático podría desaparecer a Miami Beach para el 2060. Quizás la previsión se haya acelerado en estos últimos cinco años. De acuerdo con WWF si en verano desaparece el hielo de Groenlandia el nivel del mar aumentaría 6 metros, y esto podría ocurrir en el 2040.

Por supuesto, lo más valioso no son los bienes materiales sino las vidas que se pierden y las familias que quedan diezmadas como consecuencia del cambio climático. Recientemente Libia vivió un nivel de precipitaciones como nunca había visto en su historia. 

El planeta sigue gritando y cada vez más lo padecen los habitantes del mundo. Cuesta creer que no todos asocien estos fenómenos con el cambio climático y reclamen acciones más contundentes a sus gobernantes. Las agendas verdes para revertir los efectos que hemos ocasionado sobre el clima deben convertirse en prioridad absoluta en la discusión política; no se puede esperar más.