El paso de la RSE a los criterios ESG
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Por: Rodrigo Manrique Gómez Pimienta, Director Ejecutivo de IASE® México. Si echamos una mirada al […]
Por: Rodrigo Manrique Gómez Pimienta, Director Ejecutivo de IASE® México.
Si echamos una mirada al siglo pasado, podríamos decir que fue en 1953, con el libro Responsabilidades sociales del empresario, del economista Howard Bowen, cuando se acuñó el término Responsabilidad Social Empresarial (RSE). Así, veo una relación directa entre el desarrollo de ésta y la evolución de la emergencia climática que hoy experimentamos. Es en la década de los 90 cuando esta relación se hace más estrecha y también cuando la RSE empieza a despegar y a transformar la esencia de su definición.
¿Por qué sucede esto? Por desgracia no es que nos estemos haciendo más responsables, o por lo menos no es eso lo que nos ha hecho cambiar. Es porque la realidad (social y ambiental) nos lo reclama. No podemos seguir como estamos.
De modo que también hay un proceso de evolución de la RSE importante dentro de una serie de acontecimientos capitales de finales del XX, como la entrada en vigor de la Convención sobre los Derechos Humanos de los Niños, el nacimiento del Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, el origen de los índices de sostenibilidad del Dow Jones, la aprobación del Protocolo de Kioto en 1997 y la Declaración del Milenio de la ONU, entre otros.
El nuevo siglo inicia con mucha fuerza y atiende a una franca preocupación por el futuro de la civilización en términos ambientales debido a la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera y su consecuente modificación del clima. Los impactos se estiman cada vez peores. Por primera vez la humanidad ve el peligro de sus propia subsistencia y peor aún, nos damos cuenta que en buena medida nosotros mismos lo estamos provocando.
Desde ahí y con mucho mayor auge, en el siglo XXI se concibe la problemática climática desde un punto de vista holístico; es decir, la crisis climática se debe a una serie de acciones humanas que tocan todo su ámbito: nuestra forma de consumir y por lo tanto producir, la forma de operar de las empresas, la explotación desmedida de los recursos naturales y la biodiversidad, la sobrepoblación mundial. Las inmensas cantidades de contaminación emitidas…
Comprendemos que todos somos de algún modo responsables y que a todos nos toca solventar esta crisis, pero sobre todo, recae en las empresas y gobiernos la mayor responsabilidad, pues son quienes tienen el poder real de explotar y permitir que se exploten los recursos en grandes dimensiones.
Derivado de esto y en búsqueda de soluciones, se va gestando y tomando valor a una noción que engloba las múltiples acciones antes mencionadas que se abocan en: 1) el contexto ambiental; 2) el contexto social, y 3) el contexto empresarial, la reglas y normas empresariales para operar. Esto es lo que llamamos ESG.
Desde mi punto de vista, la RSE —que ha tenido un siglo de lucha y trayectoria— no encontró su verdadera evolución o su significado tuvo mayor auge hasta hace unos años con la consolidación de ESG, pues ESG engloba muchos más aspectos y los alinea entre sí para una misma finalidad.
Todos sabemos que los fondos de inversión no sólo están mirando proyectos que operen bajo ESG, sino que se está calificando con rigor y condicionando a las empresas para ser cada día más sostenibles.
¿Cuál es el motor de la sostenibilidad? ¿Cuál es el corazón del desarrollo sostenible? Son los criterios ESG, es la fórmula que, bien llevada a cabo, resulta en alta sostenibilidad en el negocio, en el operar de los gobiernos y en la vida cotidiana de las personas.
ESG no sólo son siglas que hay que palomear en la junta de accionistas y en todo el organigrama, se trata de una nueva forma de pensar y actuar; es una nueva cultura que requiere un proceso de aprendizaje y asimilación. Estamos acostumbrados a consumir y a vivir de cierta forma, y ahora sabemos que esas costumbres son dañinas para nuestro entorno social y natural, aunque lo hagamos de manera involuntaria.
La esencia de la RSE ha sido retribuir a la sociedad por aquello que la empresa toma de ella, los recursos, la mano de obra. Esto lo veo lejano y avejentado. Ahora no sólo se trata de eso, el modelo mismo del negocio debe comprender el crecimiento y bienestar social no como retribución sino como condición para el crecimiento económico. Y tristemente no porque esto debamos hacerlo éticamente, desde luego que sí, pero ahora la situación se ha complicado y debemos hacerlo por sobrevivencia y como exigencia del mercado, de la sociedad, del planeta mismo.
En este contexto, el distintivo de RSE sólo reconoce el compromiso de las empresas. Sin embargo, es insuficiente para obtener beneficios directos, como sí sucede con las certificaciones en ESG que permiten a las compañías, por ejemplo, ser calificadas y atraer inversión.
La empresa es un motor de desarrollo, siempre ha funcionado de esa manera, pero muchas veces este impulso era a costa de destruir el entorno. Antes la ganancia era la meta para operar. Si esto siguiera, hoy en día no desembocaría en huelgas laborales, como ocurría en el pasado, sino en la destrucción de nuestra especie.
Pero soy optimista con el futuro, porque hay un elemento en juego que se torna a nuestro favor. Mientras los actuales dueños de empresas, accionistas, directivos e inversionistas estamos aprendiendo a hacer las cosas bien, vienen generaciones que tienen esta conciencia programada.
Las nuevas generaciones son esos nativos digitales que ya tienen toda la información disponible, pero que saben clasificar y tomar decisiones al respecto. ¿Podríamos decir que serán nativos de ESG? Me gustaría pensar en eso.
Son consumidores que se preocupan antes de adquirir un producto por su procedencia, la huella ambiental que genera, la naturaleza de los materiales con los que se hace, las condiciones en las que la empresa trata a sus empleados, etcétera. Esta ventaja es enorme.
La definición de sustentabilidad dice que se trata de usar los recursos actuales sin comprometer el uso de los mismos por las generaciones futuras. Curiosamente ese equilibrio que tanto hemos buscado —y no hemos logrado— son las generaciones actuales y futuras las que lo lograran. Quizá ellos serán los que se procurarán un futuro.
¿Qué nos toca a nosotros? Ya hay un gran avance con este despertar, yo lo veo como un verdadero despertar. Lo que nos toca es allanar el camino, corregir el curso. Ya conocemos las herramientas, ya sabemos cómo hacerlo y creo que ya iniciamos desde hace tiempo. Por eso soy optimista, porque veo una nueva forma de entender la realidad con una mirada más ética.