“Nací amando a los animales y amando la naturaleza, y aprendí estando en la naturaleza”. Con estas palabras, Jane Goodall, primatóloga, antropóloga y una de las mayores expertas mundiales en chimpancés, recordaba su infancia durante una charla con jóvenes ambientalistas en el Foro Económico Mundial de Davos, en enero de 2024.
Este miércoles, Goodall falleció a los 91 años, dejando un legado inmenso en la conservación, la acción climática y la defensa de la naturaleza. Al celebrar su cumpleaños número 90, compartió algunas de las lecciones más importantes que aprendió en su vida. Hoy, esas reflexiones adquieren un valor aún más profun
1. Los sueños podían hacerse realidad
En un mundo sin televisión, Goodall se sumergía en los libros y en la naturaleza. Fue Tarzán de los Monos, de Edgar Rice Burroughs, lo que la inspiró a soñar con África.
Aunque muchos dudaban de ella, su madre le enseñó que los sueños podían cumplirse con esfuerzo y perseverancia. Décadas después, Goodall se convirtió en pionera de la investigación en chimpancés, demostrando que la pasión podía abrir caminos impensables.
2. Tecnología y tradición podían trabajar juntas
Goodall sostenía que el cambio climático no debía enfrentarse únicamente con innovación tecnológica. También defendía soluciones ancestrales, como la protección y restauración de bosques.
Recordaba que ecosistemas vitales como la Amazonía, la cuenca del Congo o los bosques del sudeste asiático eran claves para el futuro. Su llamado fue claro: la ciencia y el conocimiento tradicional debían unirse para preservar el planeta.
3. La pasión impulsaba el cambio
En 1991, lanzó Roots & Shoots, un programa que reunió a jóvenes en proyectos ambientales y humanitarios. Para Goodall, la clave estaba en que cada persona encontrara aquello que le apasionara.
Con esa energía, los jóvenes se convertían en agentes de cambio. Ella repetía que cada acción contaba y cada individuo tenía un papel que desempeñar. Su mayor esperanza estaba en las nuevas generaciones, comprometidas con enfrentar la crisis climática.
4. La resiliencia de la naturaleza daba esperanza
Cuando inició su trabajo en Gombe, Tanzania, en 1960, los bosques aún se extendían de manera vasta. Pero veinte años después, gran parte había sido devastada. Sin embargo, Goodall fue testigo de la recuperación: semillas y raíces dormidas volvieron a florecer cuando se les dio espacio y cuidado.
Esa resiliencia de la naturaleza la convenció de que, pese a la destrucción, la vida podía renacer si las personas actuaban en defensa de su propio futuro.
Un legado vivo
Jane Goodall partió, pero sus lecciones permanecen como recordatorio de que los sueños, la pasión y la unión entre tradición y tecnología son fundamentales para enfrentar la crisis climática. Su mensaje más poderoso fue simple y contundente: cada persona importa, cada acción cuenta.