La era de las métricas. La diferencia entre el decir y hacer
Escrito por verdes |
Por Rodrigo Manrique Gómez Pimienta, Director Ejecutivo de IASE® México. En un artículo de 1896, […]
Por Rodrigo Manrique Gómez Pimienta, Director Ejecutivo de IASE® México.
En un artículo de 1896, el premio Nobel de Química Svante Arrhenius señaló un descubrimiento insospechado hasta la fecha: que los cambios en los niveles de dióxido de carbono podían generar alteraciones en la atmósfera de la Tierra y por lo tanto en su temperatura —ya en el siglo XIX se sabía que este gas y otros retienen el calor en la atmósfera—.
Sin embargo, no fue hasta 1972 que John Sawyer en un artículo para Nature anticipaba un calentamiento global para finales de siglo y el Informe Charney, que toma su nombre por Jules Chaney, una autoridad en estudios atmosféricos del MIT e involucrado en el documento, aseveraba lo anterior.
Pero el escepticismo todavía tuvo su espectro tanto en la academia, como en la sociedad y el medio político; que más que intentar refutar la evidencia, se trata de élites que buscan proteger sus intereses político-económicos. No fue hasta finales del siglo XX que la ciencia del clima y sus múltiples informes mostraron lo que años antes el Informe Charney comenzaba a proyectar. Hoy es difícil negar tanto las predicciones como los efectos de una crisis climática de la que la ciencia tiene todavía mucho por descubrir, pero que con mucha seguridad sabemos que representa el desafío mayor de este siglo.
Desde hace tiempo hemos tratado de establecer una separación entre nuestras creencias y nuestras certezas sobre la base del desarrollo racional y científico y esto nos ha valido cierto avance, o como algunos llaman, progreso, tanto en las ideas como en lo que toca a la ciencia y tecnología. Hacerlo de otra forma, es decir, basados más en opiniones y creencias, nos regresaría al oscurantismo donde no hacemos más que dar tiros en la noche.
No niego con esto la dimensión espiritual y humanística de los seres humanos, por supuesto. Para generar cambios relevantes, se requiere de un abordaje ético anclado en un sistema de valores —en profesionales y empresas, e instituciones— que orienten nuestras prácticas hacia un bien común, y esto sólo se logra en la región más humana de nosotros, no con los números. De nada valdrá un desarrollo tecnocientífico que resuelva nuestros problemas sin un enfoque humano plenamente sostenible.
Pero para que desde nuestras organizaciones se inicie una verdadera evolución hacia la sostenibilidad, adoptando los criterios ESG, es inapelable invocar a la ciencia y a los números para determinar con certezas qué hemos hecho bien y mal, qué hacemos ahora; dónde estamos parados y qué nos toca hacer o esperar en el porvenir, de seguir o no las proyecciones de nuestras métricas.
Lo que no se pude medir no se puede gestionar, y solo de esta manera tendremos el entendimiento de nuestra situación, seamos microempresarios o grandes corporativos, así como cualquier instancia gubernamental. Según datos de KPMG, aunque 59 por ciento de las empresas en México aseguran que el cambio climático está en sus principales riesgos, sólo 4 por ciento los cuantifica. Hay todavía una infranqueable brecha entre el decir y el hacer.
A pesar de eso, es bueno saber que más de 80 por ciento de las empresas dicen que vinculan de alguna manera sus actividades con los ODS 2030, y 71 por ciento tiene metas para reducir emisiones.
El negacionismo o peor aún, la indiferencia, no ayudará a nada, incluso si por alguna remota razón descubrimos que esta crisis climática no es producto del ser humano, los cambios que se proponen hoy, al contrario de afectar, benefician al planeta y a todos sus habitantes y procesos.